crecer

*la imagen es de Carmen Rodríguez

“moverse es vida”  se ha convertido en su lema, su mantra, su máxima. El movimiento lo ocupa todo, si se para a pensar un momento, lo ha ocupado todo a lo largo de su trayectoria. Siempre la ha inspirado y motivado, ha guiado sus pasos en el trabajo, en el ocio, ha sido su universo.

ha empezado varias veces, en distintos lugares. Cada casa ha sido como un re-inicio y siempre ha pensado -o ha procurado pensar- que cada comienzo era desde cero. Y en cada ocasión ha logrado armar una vida, con un entorno familiar, un contexto rico en vivencias, un trabajo (o varios) y múltiples razones para considerarse afortunada y quedarse.

algunas de esas experiencias se han terminado cuando ha ocurrido algo doloroso, que la ha sacudido y obligado a replantearse ciertos componentes de esos entornos y esos trasfondos. Quizá tanto, que su resumen fue cerrar, borrar, irse. Llegar a este punto nunca fue sencillo, aunque lo parezca escrito aquí; ya tenía raíces, pero eran jóvenes aún, pequeñas, débiles y no es tan complicado arrancarlas y transplantarlas, aun cuando un pedazo siempre se queda en la tierra original y ésta siempre deja fragmentos que van con ella a todas partes.

y a pesar de su firme convicción y su imperativo de movimiento, casi siempre ha dudado si habría hecho mejor permaneciendo, si se ha perdido algo por haberse marchado. Ha pensado en ocasiones en eso que se quedó atrás y en lo que lleva con ella, de cada experiencia, preguntándose qué habría ocurrido.

así que ¿es mejor empezar otra vez o seguir en algún sitio? ¿de verdad se empieza desde cero? ¿crecer consiste en permanecer, o sea como sea, se continúa creciendo? quizá nos hemos hecho estas preguntas alguna vez.

por una parte, crecer tiene que ver con quedarse. Comenzar constantemente, dificulta evolucionar. Cuando comenzamos, siempre se da un período de espera, de contemplación, de embriaguez e inacción o de acciones sin profundidad, sin excesivo compromiso.
cuando empezamos, siempre existe mucho margen de error, que va estrechándose a medida que los nuevos límites y caracteres van mostrándose, marcándose, cobrando identidad. Nos permitimos ir más despacio, relativizamos más.
al principio las relaciones son más fáciles, sólo se van complicando a medida que profundizamos, que rascamos, que vemos y dejamos ver más allá de lo que mostramos sin pudor. Cuando se van sumando experiencias, decepciones, oportunidades, fallos y también confianza, amor, intercambio, enriquecimiento… se van elaborando equilibrios y construyendo redes más o menos consistentes, más o menos sólidas.
al cabo de un tiempo, vamos sabiendo dónde estamos, a quiénes tenemos a nuestro alrededor y nos sostienen (o no) y si puede merecer la pena continuar, quedarse ahí.

cuando decidimos permanecer, tenemos muchas luchas que librar:
contra el lado negativo de la rutina, que amenaza constantemente con restar valor a lo que hacemos; trabajos en los que hay que repetir muchas veces los mismos procedimientos, en los que hay que escuchar opiniones muy alejadas de la nuestra, en los que hay que obedecer instrucciones a pesar de nuestro desacuerdo.
contra la persistencia en algunos vínculos que ya no nos aportan nada, o que no nos interesan, o que reconocemos como dañinos. Que nos resulta muy complicado afrontar y deshacer, reconocer nuestros errores y mostrar lo que no nos gusta, romper, alejarnos.
contra hábitos que nos llegan a pesar, que sabemos que no nos aportan bienestar, que adquirimos por alguna o varias razones, pero que en algún momento vemos que es hora de abandonar, porque esas razones han desaparecido o simplemente ya no tienen la misma trascendencia.
contra recuerdos que nos angustian y nos tironean para que abandonemos y no insistamos, que quizá nos hablan de fracasos y nos infunden miedo en esta nueva aventura que ya tiene un cuerpo y una esencia firmes, que ya nos hace notar sus raíces, pequeñas y débiles, pero capaces de sostener y nutrir.

también puede que tengamos muchos elementos de sujeción; muchas luces, muchas piezas ya en un puzzle que nos parece bonito, atractivo, prometedor. Personas que son redes y trampolines y que llenan nuestra vida y la completan. Ocupaciones y actividades que no son perfectas, pero que nos permiten realizarnos y sentirnos útiles y que compensan. Sitios a los que volver continuamente, creando historias y recuerdos y que nos ligan, que fortalecen nuestras pequeñas raíces para que cada vez nos vinculen más con todo eso.

cuando nos quedamos, tenemos las oportunidades -y las necesidades- de crecimiento, de aprender a lidiar con todas las dificultades, a rechazar lo perjudicial y a organizar lo caótico. De poder elaborar duelos y cerrar etapas y finalizar contactos. De descubrir facetas nuevas en nuestro interior y en las personas y lugares familiares. Desarrollar todo lo que hemos iniciado y gozar con cada parte del proceso y a abrir nuevas posibilidades, proyectos y trayectos.

y aun así, con todos estos bagajes, en ocasiones sentimos la urgencia de irnos. Puede que de repente, o a lo largo de un recorrido, nos atraiga otro lugar. Puede que el peso de todas las batallas actuales nos convenzan de otro comienzo. Puede que la continuidad de nuestro proyecto requiera una mudanza o un incidente nos obligue a un cambio.
¿cómo podemos saber si esa marcha -que en cualquier caso nuestro interior nos requiere- va a favorecer nuestro crecimiento?
es útil tener en cuenta que, hagamos lo que hagamos, no interrumpimos nuestro ritmo necesariamente y cualquier acontecimiento puede impulsarnos. Recordemos que siempre quedan huellas en nosotros y las nuestras perdurarán donde hemos estado. Sí puede ser significativo examinar por qué queremos marcharnos, qué está ocurriendo, de qué necesitamos apartarnos y si es conveniente llevar a cabo antes alguna actividad: finalizar un trabajo, reconciliarnos con alguna persona, terminar una relación, vaciar una casa, despedirnos…  Cerrar el círculo antes de abrir una nueva puerta o asomarnos a otra ventana, contribuirá a que completemos aprendizajes y tengamos una más adecuada preparación para lo nuevo. Huir puede parecer romántico o aparecer como una salida, o la solución, pero es importante reconocer que estamos huyendo y por qué; sobre todo porque en algún momento habrá que revisar esa decisión e indagar qué es preciso tomar en consideración de lo que rodeó a la huida, bien por requerimiento nuestro, bien porque reaparezcan sombras a nuestro alrededor, relacionadas con ella.

el crecimiento requiere movimiento, pausa y sobre todo, consciencia. Crecer suele ser inevitable; tomar las riendas participando y decidiendo, puede ser además, una apasionante aventura.

el origen de la violencia

hace más de cuarenta años, James W. Prescott publicó un interesante artículo, en el que sostenía la hipótesis de que la violencia proviene de la falta de afecto físico en la infancia, interviniendo poderosamente también la libertad en la manifestación sexual a partir de la adolescencia.

para respaldar su teoría aportaba datos que, a pesar de su obviedad una vez nos detenemos a pensarlo un momento, no dejan de sorprendernos, quizá precisamente porque nos hacen caer en la cuenta de qué está ocurriendo a nuestro alrededor y por qué parece tan difícil darle la vuelta.

nos cuenta Prescott acerca de un estudio transcultural, Un resumen de culturas cruzadas (R.B. Textor) , en el que se muestra cómo es posible predecir los comportamientos de las distintas sociedades observadas, a partir de su trato a las criaturas. Así, según los resultados de esta investigación, las sociedades que proveían a sus niños y niñas afecto físico, eran menos violentas que aquéllas que infligían castigos físicos.  Los grupos humanos que daban más afecto físico se caracterizaban, en general, por la escasez de robos, el bajo dolor físico infantil, la poca actividad religiosa (significativo hecho) y la ausencia de asesinatos, mutilaciones o torturas hacia sus enemigos. En cambio, las sociedades que castigaban físicamente como un asunto de disciplina, presentaban una mayor tendencia a abandonar y descuidar a sus criaturas, así como mayor índice de esclavitud, poligamia y menor estatus de las mujeres.

además del afecto físico en la infancia, Textor encontró otro factor clave para las sociedades con comportamientos menos violentos: la permisividad ante la sexualidad a partir de la adolescencia. De ahí que Prescott concluya que es el placer físico (o la ausencia de él e incluso el castigo), en las etapas cruciales de la infancia y la adolescencia, lo que determina el desarrollo de un comportamiento violento posterior.

estas tesis vienen a reforzar las formulaciones de la teoría del apego, que han demostrado que la satisfacción de las necesidades afectivas durante la infancia influye decisivamente en la construcción de la visión y las relaciones de la propia persona, las demás y el mundo.  Los seres humanos precisamos de contacto, de calor, de atención. De amor incondicional. Ese amor y esa atención no tienen que venir de un solo individuo. Cuantas más personas nos lo proporcionen, mejor.

y todo esto me hace pensar, quizá en una rara combinación de asociaciones mentales, en las recientes declaraciones, aseveraciones, alegatos y críticas (que no he leído con más profundidad que en titulares o de pasada) sobre la maternidad. Me hacen pensar en que renegar públicamente de la decisión de ser madres, es un paso que debemos dar como mujeres, como una necesidad de reivindicar nuestra imperfección, nuestra aspiración polifacética, nuestras ganas de librarnos de etiquetas y sobre todo de roles, que nos encasillan y nos ponen trampas como personas individuales y como colectivo. Se trata de un escalón más en esa ascensión hacia el reconocimiento de que, aunque madre no hay más que una, muchas personas pueden dar cariño maternal. Una madre no debe estar nunca sola en el maternaje. Si una madre está suficientemente apoyada y es sobradamente amada, podrá tomar decisiones con respecto a sus criaturas y a sí misma. Podrá decidir ser madre y trabajadora realizada, amiga, compañera, constructora de la sociedad. No se sentirá relegada, encerrada, confinada a una crianza en soledad, demandada de vacíos que no puede cubrir.

me pregunto por qué, ante una mujer que confiesa que la maternidad no es lo que esperaba, que siente que su vida ha empeorado con la llegada de sus criaturas, las demás reaccionamos como si nos hubieran golpeado o insultado. Por qué sentimos una urgencia de criticar, de exponer nuestras experiencias, de pasar sus palabras a través de los filtros del feminismo, de lo que se supone que debe ser la maternidad, de cualquiera de los tamices a los que sometemos los mensajes. Supongo que porque nos identificamos con esa mujer. Porque cualquiera de nosotras, en alguno o en muchos momentos de nuestras vidas, nos hemos recriminado nuestra decisión de ser madres; porque en alguno o en muchos momentos de nuestras vidas, hemos añorado esos otros en los que no había una (o varias) prioridades por encima de nosotras mismas, aquellos días en los que podíamos salir solas, viajar solas, estudiar, dedicar horas y horas a nuestros trabajos, a un libro, a un amigo, a hacer nada… aquellos días en los que no éramos imprescindibles y no nos sentíamos culpables.

porque al final todo va un poco de eso, de la culpabilidad que nos reconcome si comprobamos -asustadas, ya que se suponía que no íbamos a sentirnos así- que a veces (incluso muchas veces) nos sentimos mejor sin nuestras criaturas al lado. Aunque otras veces (incluso muchas veces) disfrutemos de los tiempos con ellas y los deseemos. Porque nosotras queríamos ser madres y nos habían dicho (ahora no nos acordamos quién, pero lo tenemos grabado como aquellas premisas que sonaban debajo de las almohadas del mundo feliz de Huxley) que nada era mejor que ser madre, que ser madre lo llena todo, que los hijos son la mejor bendición, lo máximo que puede desear una mujer. Y no, para (algunas de) nosotras no es exactamente así; algo anómalo nos debe pasar.

frente a esas proclamas sobre supermadres que “nunca han sido tan felices”, permitámonos, permitámosle, a cualquiera de nosotras que lo requiera, explicar cómo es para ella criar y cuidar. Permitámonos seguir dando pasos para construir una sociedad más justa y más igualitaria, en la que cuidar no sea el cometido “natural” de las mujeres, sino que sea un deber y un derecho comunes. Agradezcamos que haya personas que se exponen al vapuleo mediático, para sacar a la luz cosas que pasan cada día y que se sufren y se intentan superar. Evitemos la violencia. O seamos, al menos, conscientes, de que el afecto y el amor son los únicos que pueden protegernos de ella. Afecto, amor, respeto, no sólo a las criaturas, también a nosotras mismas.

cerebros, madres, estudios

estudio-cambios-cerebro-embarazadas

*la imagen pertenece al estudio analizado

nuestro cerebro es un órgano tremendamente plástico, que cambia en diversos momentos de la vida y ante distintos acontecimientos, como han demostrado innumerables observaciones. El ser humano se adapta, por medio de múltiples mecanismos, al transcurso de su existencia y de forma más general, a la evolución colectiva. Se trata de hechos conocidos.

hace un mes, más o menos, trascendió éste, de los tantos estudios publicados en la revista científica Nature, justificadamente por ser el primero que se centra en los fenómenos cerebrales ligados al embarazo. Demostrando que durante el mismo se producen cambios sustanciales en las estructuras cerebrales, principalmente en aquellas que más tarde estarán implicadas en aspectos relacionales con la criatura y trascendentales en las construcciones del vínculo y el apego.

me ha resultado especialmente significativo el tratamiento que la prensa generalista le ha dado a este descubrimiento. En todas las noticias se ha remarcado, explícita o implícitamente, la asociación entre lo encontrado en el estudio y el rol de cuidadora de la mujer. Apenas se ha comentado mucho más, a pesar de lo rico que es el estudio, tanto en la hipótesis, como en el diseño, como en la discusión final.

el hallazgo en sí no es más -ni menos- que eso, un hallazgo. Es importante por varias razones, a mi entender:

  • marca un hito en cuanto a la investigación alrededor de la neurobiología de la maternidad,
  • preconiza la necesidad de reconocer la enorme importancia que para las personas tiene el neurodesarrollo temprano
  • y pone bases para conceder el peso correspondiente a la forma de criarnos y relacionarnos con el mundo.

así, en mi opinión y mucho más allá de las diferencias de sexo (en el estudio, no se encontraron cambios en los cerebros de los padres -compañeros, creo decisivo subrayarlo- en los mismos períodos) o biológicas (sólo se encontraron cambios en las mujeres embarazadas, frente a otras que no lo estaban), este trabajo debería constituir un punto de asociación con todas las investigaciones en torno a la teoría del apego y una contribución al avance en el conocimiento de qué significa para el desarrollo de la persona. Como es posible constatar en la evolución de la teoría, podemos trascender esa perspectiva inicial monotrópica en torno a la madre (o a una exclusiva figura de referencia), a favor de figuras (incluso varias) sólidas, estables y capaces de proporcionar atención, cuidados y modelos adecuados a las criaturas, independientemente de su sexo (y de la biología).

me parece imprescindible indicar algunas de las líneas para continuar la investigación que, a mi juicio, marca ya la propia hipótesis – aunque también se evidencia en el desarrollo de los experimentos y en los resultados-; como diseñar las condiciones experimentales pertinentes para observar detalladamente otros cerebros: los de hombres que se van a convertir en padres sin figura materna, los de madres no gestantes -parejas de las embarazadas-, o los de madres que lo van a ser por adopción. Resulta apasionante la pregunta de si los cambios cerebrales responden exclusivamente a fenómenos biológicos o fisiológicos, o pueden tener que ver -también- con el hecho de saberse figura referencial, responsable -no compañera-. También sería necesario explorar la relación de los cambios -o la falta de ellos- en todos los sujetos, con la calidad del apego y la ausencia de hostilidad en los primeros meses, variables incluidas dentro de este reciente trabajo. Creo interesante acentuar estas diversidades; en realidad, desde mi punto de vista, es lo más interesante.

respecto a todo ello, ya el propio estudio indica dos aspectos muy a tener en cuenta: la muestra es pequeña y sesgada (se trata de muy pocas mujeres con nivel educativo alto y de entornos culturales similares) y existen diferencias individuales en los niveles de reducción de la materia gris en las áreas implicadas -diferencias que además sirven para distinguir el comportamiento posterior con las criaturas- Así, el estudio muestra respuestas menos consistentes (existe peor calidad de apego y mayor hostilidad hacia la criatura) cuanto menos han cambiado las estructuras en cuestión- ¿qué significa esto? que no todas las madres registraron las mismas variaciones en sus cerebros y que hubo algunas en las que se observaron cambios menos significativos y que no estaban tan atentas, no respondían tan adecuadamente, o incluso eran más hostiles con sus bebés; este último dato apunta a que los cambios puedan estar modulados por otros factores, que ayudarían a explicar esas divergencias entre individuos. Asimismo, en la discusión se concluye que, sin menospreciar la gran envergadura de lo descubierto, los factores que contribuyen a los cambios neuroanatómicos observados, no pueden determinarse de forma concluyente. O lo que es lo mismo, no puede declararse de forma inapelable que los cambios cerebrales se deban exclusivamente al embarazo (biológica, fisiológicamente hablando).

teniendo en cuenta todo esto, es razonable pensar que las investigaciones y los avances en el conocimiento de cómo influye la forma en que cuidamos de las criaturas por nacer, recién nacidas o muy pequeñas, deberían guiarse por la trascendencia de la naturaleza de esos cuidados, más allá de la figura que los realice. Y considero que debe ser así de cara a la construcción de una sociedad que cuide ENTERA y por igual. Indudablemente, el ser humano es animal y mamífero, pero también tiene una racionalidad y una capacidad para la construcción cultural que ya ha superado esa naturaleza, ampliándola. Continuar reduciendo los descubrimientos en torno a la repercusión de cómo nos criamos, a si deben cuidarnos las madres, o los padres u otras figuras también pueden ser competentes, es simplista y refleja una intencionalidad que hasta podría tenerse por política. Sigue confinando a la mujer al cuidado, ya no sólo refrendándolo a través de la cultura, sino incluso científicamente. Todo ello sin entrar en el debate paralelo, tan necesario, del valor real de los cuidados, tanto en la esfera personal, como en la política, en la económica y en la social.

una sociedad avanzada es una sociedad que cuida. En su totalidad. Es fundamental, para cuidarnos y para continuar evolucionando, que nuestra comunidad científica sea contemplada y escuchada y que sus logros no sean manipulados, sino aprovechados para el progreso auténtico. Es fundamental que abramos la visión y comprendamos qué está detrás de la necesidad de cuidar de la infancia. Es fundamental que se respalde y se luche por una auténtica independencia, en todos los sentidos, de hombres y mujeres. Y todas las personas jugamos en ello un papel. Pequeño o grande, esencial.

¿por qué publicamos en facebook?

images

no es que lleve mucho tiempo en facebook, aunque creo que cinco o seis años es una cifra notable. En todo este tiempo, yo le he dado diversos usos a esta red social: la he utilizado como una especie de altavoz, como lugar de reunión de personas queridas, como vía de acceso a y comunicación con gentes que habían quedado por ahí, en momentos y lugares pasados, de mi vida… o para mi corta y desigual experiencia política. Y para mi proyecto profesional, también.

a lo largo de estos años, he visto cientos, miles, de publicaciones, de personas muy cercanas y de otras que no tanto, de personas desconocidas para mí… de todo un poco. Y ese batiburrillo dispar, me ha llevado muchísimas veces a preguntarme por qué publica la gente -publicamos- en facebook; o en cualquier red social, en realidad.

¿por qué lo hacemos?

¿por qué escribimos nuestras opiniones?
¿por qué colgamos fotos nuestras, o de personas importantes en nuestras vidas?
¿por qué compartimos frases o canciones que nos hacen sentir emociones?
¿por qué necesitamos que las demás personas interaccionen con todo eso que colocamos a su alcance?

¿qué nos mueve a enseñar dónde estamos, con quién, qué estamos comiendo, bebiendo, bailando?
¿qué le hace a un hombre sencillo, anunciar la muerte de su padre, explicar sus sentimientos más íntimos ante ese acontecimiento?
¿qué motiva a una adolescente a describir enfados, alegrías, hechos que suceden en su vida?
¿qué empuja a una mujer a lanzar mensajes sin nombre, pero con un destino certero y conocido?

¿somos conscientes de adónde llega todo eso? ¿Nos damos cuenta que con nuestras historias ocurre lo mismo que con esas fotos y pensamientos de personas desconocidas, que se cuelan en nuestra página de inicio?

quizá no nos bastan ya las conversaciones y reuniones familiares, amistosas, los diálogos y descansos en el trabajo, los encuentros fortuitos y buscados, o las llamadas telefónicas, las cartas, los correos o mensajes personales.

la cultura televisiva de la popularidad nos ha calado hondo. Ya no deseamos -sólo- sentir que nos quieren y nos aprecian, que nos buscan y nos necesitan, sino que sean más quienes lo hacen. Que se entere todo el mundo. Todo el mundo. Y ¿qué significa eso verdaderamente? Como en multitud de ocasiones he corroborado, todo es nada. Lo indefinido no es algo. Y la pantalla es eso: una pantalla.

lo difícil en esta sociedad televisiva, es el contacto. El de verdad, el de tocarse. Con el yo y con las demás personas.

navidad y feliz

siempre he tenido una tendencia irresistible a salirme de la norma. A no seguir la cola. A buscar algo diferente.

no me gusta la navidad. No siempre ha sido así, lo confieso, aunque tampoco puedo decir que me haya atraído nunca. Odio esa sensación de tener que hacer lo mismo que las demás personas, la odio hasta cuando lo que se hace es de mi agrado… cuánto más cuando no se trata de mi elección. Creo que siempre es buen momento para disfrutar de las personas que queremos (de hecho, de eso se trata, de disfrutarlas todo lo que sea posible) y que los regalos es maravilloso hacerlos y recibirlos cuando hay algo que deseamos muchísimo o nos enteramos de repente de qué les hace ilusión a nuestros seres queridos. Hay días especiales para cada una de las personas que amamos, días que recordamos haber compartido de forma especial con ellas y que quizá se merecen un detalle más que cualquier fecha de navidad o cualquier festividad de reyes magos.

no obstante, la navidad, ahora, para mí, significa vacaciones -aunque cortas-. Carretera. Muchas horas de viaje escuchando música, risas y peleas infantiles, viendo pasar tierra y paisajes que forman parte de todas mis navidades de los últimos -ya bastantes- años. Días enteros para vivir junto a las personas más importantes de mi vida. Frío y sol, sentir que estoy en mi tierra. Volver a las calles de una gran parte de mi vida, a la gente y a las casas de mi familia. Abrazos, reencuentros, nuevos recuerdos que se quedarán también para siempre, en mí y en ellos y ellas.

así que cada navidad, suspiro de pereza y sonrío ante la perspectiva que me aguarda. Yo no celebro el nacimiento de nadie, ni la venida de ningún personaje imaginario. Procuro experimentar y transmitir la trascendencia de esta otra forma de vivir ese tiempo, escapando de compras interminables y absurdas o modas que no comprendo ni acepto. Desterrando para siempre creencias que limitan, que imponen y que no dejan ver con claridad y libertad.

simplemente, disfruto con la presencia y con el tiempo que me vienen dados, por seguir la cola y ajustarme a la norma. Presencia y tiempo. No se compran, no se pueden aplazar, ni recuperar. Se aprovechan, o se esfuman sin que hayamos dado cuenta de ellos.

presencia. Tiempo. Los únicos regalos.

«cicatrices doradas»

*la autoría de la imagen es de Carmen Rodríguez

desde hace un tiempo, vengo leyendo en distintos artículos y publicaciones, información acerca del kintsugi, una técnica japonesa que consiste en la reparación de objetos rotos uniendo las partes con resina mezclada con polvo de oro. Las piezas se ven realmente preciosas, peculiares… incluso a pesar de que no puedan volver a utilizarse.

partiendo de esta práctica, muchos pensamientos, textos y consejos, asocian la idea del kintsugi a los conceptos de resiliencia, reparación, terapia… humanas.
confieso que me cuesta aceptar este paralelismo, quizá por algunas convicciones que he acumulado en los últimos años: no considero que haya que mostrar nada que no queramos, no veo necesariamente belleza en todo (la belleza es algo subjetivo, cuyo significado reside en el interior de cada persona y no es equivalente a valor, o a aprecio) y no comparto la opinión de que siempre sea mejor reparar lo que se ha hecho pedazos.

¿y cuando lo que se ha hecho añicos es la persona?

es recurrente -y tentador, hay que reconocerlo- hablar de heridas cuando nos referimos a experiencias y relaciones dolorosas. Incluso utilizando esta perspectiva, “embellecer” las cicatrices no deja de contener una intención, consciente o no, de agradar-nos. De mostrarnos.
lo importante, creo, no es mostrar. Es crecer. Evolucionar. Aprender de lo vivido. Podemos mostrar. O no. Nuestras cicatrices no han de ser -ni de sentirse- como trofeos, sino como pasos, en todo caso.

como personas, como seres pensantes, sintientes, vivientes, puede ser más curativo visualizar que, ante los acontecimientos negativos, dolorosos, tristes, evolucionamos en lugar -o más allá- de rompernos. Nos desprendemos de esquemas, creencias, valores, erróneos, que nos pueden hacer sentir mal. Miramos todo eso, lo reconocemos como nuestro y nos deshacemos de ello, porque nos hemos percatado de que nos hace daño.

no es, pues, imprescindible, reconstruir lo que había, ya que en muchos casos, lo que había, no era adecuado o se ha quedado obsoleto.

cuando lo roto son relaciones y dado que suele ponerse mucho más énfasis en las de pareja, habría que comenzar por cuestionarnos esa idea tan extendida -pero falsa- de que la pareja es el estado ideal. A continuación, otra noción tan aceptada como perjudicial: que lo mejor es compartir toda nuestra vida -o lo que nos quede- con una misma persona. ¿Por qué?

planteándonos ya estos interrogantes, cabe avanzar hacia el de la necesidad de reparar siempre. Hay relaciones, de pareja y también de amistad, laborales, o de cualquier índole, que se rompen y que puede que no deseemos arreglar.
puede que nos cueste muchísimo recoger los trozos y hacernos conscientes de que no merece la pena volver a unirlos, porque realmente no queremos volver a convivir con algunas partes.
o puede que contemplar esos pedazos, nos dé la fuerza necesaria para pasar página lo antes posible.
puede que lo importante, cuando algo, lo que sea, se nos rompe, sea la reflexión sobre lo que era, si nos gustaba, si era valioso para nosotros. Si pensamos que verlo recompuesto nos hará sentir bien, con fuerza, con ganas de mirarlo, usarlo y cuidarlo.

si es así, merecerá la pena, aun cuando lo unamos con cinta adhesiva, con loctite, con cuerda.

y si no, recoger los trozos, mirarlos con reconocimiento, agradecer cuánto han servido y tirarlos, también es una buena opción. Hay veces que la mejor.

x3118 puede marcharse

*la autoría de la imagen es de Carmen Esplá

hace unas semanas, fui a hacerme una mamografía. Rutinaria, sólo para controlar “que todo está bien”. Mi madre murió de cáncer de mama -y de miedo de tener “algo malo”, siempre lo afirmaré-, así que no es nada extraño que, de cumplirse la parte de probabilidad positiva para el cáncer que quizá lleve en mis genes, prefiera detectarlo a tiempo y tratar de que la cosa no vaya a más y termine en lo peor, antes de lo que me gustaría.

apretaba en el bolsillo el número asignado -y que me da una rabia horrible haber perdido, con lo bien que habría ilustrado este texto- mientras me sentaba en el espacio de espera y miraba alrededor. Había otras dos mujeres -una acompañada- que miraban ansiosas la pantalla donde se anuncian los turnos. En ese momento no entendí.

la mujer acompañada se marchó, después de que aquel cacharro iluminara su número y lo subtitulara con un “puede marcharse”.
sólo habían pasado un par de minutos cuando la mujer que quedaba y que se paseaba nerviosamente, se lamentó de la tardanza en anunciarle a ella lo mismo. La miré. Estaba muerta de miedo. Sentí entonces una solidaridad, una comunión con esa mujer que no había visto nunca antes, que sólo podía ocurrirme por, como me fui percatando mientras hablábamos, nuestras similitudes. En las historias de ambas, el cáncer -la muerte, en realidad, sin identificar uno con la otra- ha dejado su huella, bien visible a aquellas horas en esa parte del hospital, esperando las dos.

tuvimos que estar a la expectativa por dos veces, al ser necesario repetir la prueba. Ella marchaba justo cuando me volvían a nombrar a mí.

después me quedé allí sola. No sé cuántos minutos. Sí sé que me di cuenta en ese tiempo, de qué puede ser que te cambie la vida en un momento; que te cambie de verdad, sin marcha atrás. Me vinieron tantos pensamientos y recuerdos entremezclados a la cabeza… mi madre y aquellos años ya en la lejanía, mi hermana… cómo entender el miedo que te paraliza y no te permite reflexionar, discernir, actuar, ser tú misma.

cuando vi en la pantalla que podía marcharme, no sentí alivio, aunque noté que me libraba de un peso. Me encontré a mi compañera al bajar y me preguntó, emocionada, contenta de que a mí también me hubieran dejado irme.

de camino a casa, mi cabeza continuaba cavilando. Me sentía más ligera, porque por unos instantes le vi la cara a mi miedo y lo miré de frente. Fui consciente -soy- de que volveré a estar en esta misma situación. La máquina me dirá que me vaya, o no. Quizá un día no sólo vislumbre el miedo, sino que se materialice, se haga opaco, se haga realidad.

en contra de lo que en ocasiones creemos -y ponemos en práctica-, yo pienso que no nos hacemos más fuertes negando el miedo, posponiendo la mirada, ni considerándolo como un enemigo. La fuerza nace de la consciencia, de contemplar la realidad cara a cara y de considerar deliberadamente sus consecuencias. De hacer recuento: nuestras fortalezas, para cuidarlas y mantenerlas intactas. Nuestras debilidades, si queremos trabajar en alguna y sobre todo, para reconocerlas, saber que están ahí. Qué necesitamos. A quiénes.
esto está más cerca, a mi juicio, de lo que supone ser fuerte. Y sin duda está al alcance de todas y todos.

cómo me gustaría haberle hecho una foto al número. A la pantalla, diciendo: puede marcharse.

la próxima vez, quizá.

todas las cosas imperfectas

este verano, le dejé a mi hermana mi ipod, mientras yo acompañaba a mis hijos para dormir y cuando volví a la terraza, me descubrió una canción que tenía por ahí rodando y que había escuchado muchas veces, pero no le había prestado atención. O hasta ese momento, no había tenido mucho que decirme. Esa noche me lo dijo todo de golpe y aún ahora, avanzando en el mes de diciembre y a 900 kilómetros de esa terraza, esa noche, su calor y su color y mi hermana, reverberan en mí todas las reflexiones que se me -nos- agolparon en un par de horas.

todas las cosas imperfectas nos rodean y nos hacen felices y desgraciadas. Nos hacen reír y nos acompañan y nos duelen y nos hacen aprender, crecer, alejarnos, elegir.

a mi hermana y a mí nos enseñaron a buscar la perfección y eso hace que, a menudo, no hayamos sabido mirar, contemplar y discernir entre todas las cosas imperfectas de que se construyen nuestros mundos. Nos ocuparon en intentar que todo fuera perfecto, por eso lo demás -todo- había quedado fuera de ángulo. No salía en la foto. Estaba ahí, era eso, era todo, pero nosotras buscábamos otra cosa. Por eso, todas las cosas imperfectas, llegado un límite, se rebelan y aparecen, repentinamente; no tenemos más remedio que verlas, porque se imponen. No tenemos más remedio que mirarlas, que acogerlas, que observarlas y aprender. Ahora sí. Dejar esa ardua tarea imposible de buscar algo que no existe y enfocar nuestra energía en todo lo que de verdad merece la pena.

en todas las cosas imperfectas.

que abarcan nuestras casas, nuestros trabajos, nuestras amistades, nuestras crianzas… que incluyen nuestros proyectos de vida emborronados y vueltos a hacer, nuestros cuerpos… todo eso que en algunos casos sólo requiere una mirada de cariño, complicidad y reconocimiento. Que en otros se va tornando perfecto a base de cambiar unas pequeñas imperfecciones por otras, por esas que nosotras queremos, aceptamos, podemos mirar y tener la seguridad de que es así como las deseamos ver.

todas las cosas imperfectas que hemos analizado, mirado, deseado y elegido en nuestras vidas, somos nosotras. Son nuestras.