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x3118 puede marcharse

14/12/2016

hace unas semanas, fui a hacerme una mamografía. Rutinaria, sólo para controlar “que todo está bien”. Mi madre murió de cáncer de mama -y de miedo de tener “algo malo”, siempre lo afirmaré-, así que no es nada extraño que, de cumplirse la parte de probabilidad positiva para el cáncer que quizá lleve en mis genes, prefiera detectarlo a tiempo y tratar de que la cosa no vaya a más y termine en lo peor, antes de lo que me gustaría.

apretaba en el bolsillo el número asignado -y que me da una rabia horrible haber perdido, con lo bien que habría ilustrado este texto- mientras me sentaba en el espacio de espera y miraba alrededor. Había otras dos mujeres -una acompañada- que miraban ansiosas la pantalla donde se anuncian los turnos. En ese momento no entendí.

la mujer acompañada se marchó, después de que aquel cacharro iluminara su número y lo subtitulara con un “puede marcharse”.
sólo habían pasado un par de minutos cuando la mujer que quedaba y que se paseaba nerviosamente, se lamentó de la tardanza en anunciarle a ella lo mismo. La miré. Estaba muerta de miedo. Sentí entonces una solidaridad, una comunión con esa mujer que no había visto nunca antes, que sólo podía ocurrirme por, como me fui percatando mientras hablábamos, nuestras similitudes. En las historias de ambas, el cáncer -la muerte, en realidad, sin identificar uno con la otra- ha dejado su huella, bien visible a aquellas horas en esa parte del hospital, esperando las dos.

tuvimos que estar a la expectativa por dos veces, al ser necesario repetir la prueba. Ella marchaba justo cuando me volvían a nombrar a mí.

después me quedé allí sola. No sé cuántos minutos. Sí sé que me di cuenta en ese tiempo, de qué puede ser que te cambie la vida en un momento; que te cambie de verdad, sin marcha atrás. Me vinieron tantos pensamientos y recuerdos entremezclados a la cabeza… mi madre y aquellos años ya en la lejanía, mi hermana… cómo entender el miedo que te paraliza y no te permite reflexionar, discernir, actuar, ser tú misma.

cuando vi en la pantalla que podía marcharme, no sentí alivio, aunque noté que me libraba de un peso. Me encontré a mi compañera al bajar y me preguntó, emocionada, contenta de que a mí también me hubieran dejado irme.

de camino a casa, mi cabeza continuaba cavilando. Me sentía más ligera, porque por unos instantes le vi la cara a mi miedo y lo miré de frente. Fui consciente -soy- de que volveré a estar en esta misma situación. La máquina me dirá que me vaya, o no. Quizá un día no sólo vislumbre el miedo, sino que se materialice, se haga opaco, se haga realidad.

en contra de lo que en ocasiones creemos -y ponemos en práctica-, yo pienso que no nos hacemos más fuertes negando el miedo, posponiendo la mirada, ni considerándolo como un enemigo. La fuerza nace de la consciencia, de contemplar la realidad cara a cara y de considerar deliberadamente sus consecuencias. De hacer recuento: nuestras fortalezas, para cuidarlas y mantenerlas intactas. Nuestras debilidades, si queremos trabajar en alguna y sobre todo, para reconocerlas, saber que están ahí. Qué necesitamos. A quiénes.
esto está más cerca, a mi juicio, de lo que supone ser fuerte. Y sin duda está al alcance de todas y todos.

cómo me gustaría haberle hecho una foto al número. A la pantalla, diciendo: puede marcharse.

la próxima vez, quizá.