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querer-nos

29/03/2017

la autoestima consiste en algo muy sencillo: tenemos todo el valor, sólo por existir. Simplemente por esa razón. No por qué tipo de personas somos, ni por qué hacemos, ni por lo que tenemos, ni por cómo nos comportamos.

me fascina la teoría de la personalidad rogeriana, que se basa en la capacidad, sin distinción, de tender a la mejor versión, aprovechando todo lo que se nos brinda y lo que podemos conseguir de nuestro entorno. Me parece maravillosa esta perspectiva y complementaria absolutamente, del verdadero significado de autoestima. Es decir, cualquier persona puede conseguir lo máximo, si tiene la situación y los requisitos para ello. Cualquier persona nace con todo el potencial y da de sí tanto como le es posible, teniendo en cuenta lo que encuentra a su alrededor. Algo así como esas plantas que nacen en medio de un pedregal y aún en las condiciones más duras, crecen y  florecen; no serán tan altas, ni tan frondosas, ni tan vistosas, como las que se encuentran en medios más favorables: serán lo mejor que pueden ser con lo que disponen. Y lo más importante, es que “lo mejor” no tiene definición, es variable, diverso, tanto como personas existen. Y tampoco tiene un límite, “lo mejor” siempre puede estar por venir.

cuando sabemos que vamos a ser madres, o padres, comienza a tomar vida, de forma paralela a la criatura que se está formando, un hijo o una hija, en nuestra mente.  Esa criatura imaginaria contiene todo lo que deseamos para la real: se parece a una u otra persona y posee las cualidades que nos parecen importantes, todas. Una vez que la criatura real ocupa su puesto, es habitual que las diferencias entre lo que habíamos proyectado y la presencia de nuestra hija, de nuestro hijo, nos provoquen sentimientos contradictorios. ¡Esa no era la hija o el hijo que esperábamos! Se trata de un proceso habitual, durante el cual puede ser apasionante conocer, aceptar y valorar, a la vez que guiamos y ayudamos a nuestras criaturas a ser la mejor versión que puedan. O por el contrario, podemos obstaculizar ese camino, tratando de meterlas a la fuerza en el molde que habíamos creado, o en cualquier otro molde prefabricado.

así, todas, todos, nacemos con una autoestima intacta y a medida que vamos creciendo, esa autoestima se va reforzando o por el contrario, comienza a disminuir. Se refuerza cuando nos hacen sentir bien, simplemente por ser; aunque nos equivoquemos (o precisamente por ello), aunque en nuestro carácter haya asperezas (algunas de las cuales se podrán pulir, si contamos con los elementos adecuados en nuestro entorno), aunque haya ocasiones en que nos indiquen que cometemos errores, o nos percatemos de ello. Disminuye cuando debemos ser alguien diferente, cuando debemos cumplir expectativas para sentir que nos aprecian; cuando nos hacen ver que equivocarse no está permitido o que “es de perdedores”, cuando nos hacen sentir que nuestros defectos nos deprecian, cuando nos ponen listones, o modelos, ajenos.

es complicado recuperar la autoestima perdida, porque por lo general, se ha ido reduciendo a fuerza de convencernos de que «no estamos bien», «no somos lo suficientemente buenos», «somos un desastre», «no somos dignos de que nos quieran ni se queden a nuestro lado»…. no somos como deberíamos ser. En gran medida, solemos reproducir los procesos cuando consideramos que alguien vale mucho por lo que ha conseguido, por lo que tiene, por cómo se comporta… fabricando círculos viciosos y bucles continuos, en los que nos quitamos valor sistemáticamente unas personas a otras.

entonces ¿no hay esperanza?

por supuesto que sí. Sólo hay que pararse y volver a considerar en qué consiste querer .Queremos a alguien cuando no vemos más allá de esa persona, no nos importa qué puesto ocupa, sus posesiones materiales o sus títulos universitarios. No ver más allá implica reconocerla como alguien que es lo mejor que puede ser y quererla así, porque nos gusta así, sin que cambie nada. Alegrándonos con sus alegrías, apenándonos con sus tristezas, acompañándola cuando así lo deseemos. Procurando, si lo queremos, que haya en el entorno las mejores condiciones para que la persona pueda crecer lo mejor posible. Celebrando con ella ese crecimiento, sus elecciones, sus equivocaciones, sus logros. Eso es querer.

también lo podemos traducir a la primera persona. Sólo hay que pararse y volver a considerar en qué consiste querernos. No ver más allá de lo que somos, el puesto que ocupemos, nuestras posesiones materiales o títulos universitarios. Reconocernos como alguien que es lo mejor que puede ser y querernos así, sin cambiar nada. Procurar que haya en nuestro entorno las mejores condiciones para que podamos crecer lo mejor posible. Y celebrando nuestro crecimiento, cada elección, cada equivocación, cada logro. Eso es querernos.

tan fácil y tan difícil, porque requiere desaprender lo erróneo y aprender lo acertado. Eso sí, nunca es tarde. Aunque sea duro.