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diagnóstico: trastorno mental

22/03/2017

he visto las caras de muchas personas, profesionales y no, ante casos o diagnósticos de trastorno mental. A menudo adquieren expresiones de alarma, pánico, frustración, pena… tener un trastorno mental estigmatiza, coloca una marca muy grande encima de la persona que lo padece, que hace que quien lo sepa no vuelva a mirarla igual, ya nunca más.

¿no es eso injusto? la mayoría de las personas con trastorno mental pueden desarrollar una vida totalmente normal: pueden vivir solas, hacerse cargo de sí mismas, de sus casas, desempeñar con competencia actividades y trabajos, desplazarse, disfrutar del ocio y las aficiones, relacionarse con otras personas. Algunas deben seguir una serie de pautas, trabajar aspectos de sí mismas, tomar algún medicamento, evitar ciertos hábitos… exactamente igual que muchas otras personas que tienen cualquier otra afección (por ejemplo, diabetes, hipertensión, alergias…). Sin embargo, frecuentemente pueden verse obligadas a ocultar sus problemas, por miedo a que el estigma las aplaste, en ocasiones incluso a costa de que, a falta de un adecuado abordaje, los síntomas empeoren y acaben, entonces sí, con las personas que son.

todo ello es fruto de cómo se ha contemplado y se contempla la diversidad de cualquier tipo. Y del desconocimiento y la divulgación falsa y sesgada acerca de la enfermedad mental que ha sido -y es- constante. Por mucho que las profesiones ligadas a la salud mental repitan y hagan hincapié en que padecer un trastorno mental no conlleva criminalidad, incapacidad -más allá de algunos casos específicos-, incompetencia… por mucho que se insista en que todas las personas tenemos peculiaridades, aspectos negativos, comportamientos que molestan a otras o manifestaciones que puedan no gustar padezcamos o no un trastorno mental, el etiquetaje negativo, terrible, permanece.

en ocasiones, efectivamente, la persona oculta lo que le pasa, porque teme que el diagnóstico sirva como aislador social. Probablemente ellas mismas lo viven como algo que las separa de la normalidad. Tenemos tan interiorizado que “estar loco” es sinónimo de exclusión, es malo, es rechazable, que la persona que experimenta los síntomas de un trastorno mental puede sentir la necesidad de esconderlo (e ignorarlo), como si eso los hiciera desaparecer. Como esas otras personas que notan síntomas sospechosos y no van a su centro de salud hasta que ya es demasiado tarde para tratar, por ejemplo, un cáncer. Por el temor a dejar de ser ellas mismas -tanto por lo que pueda implicar el trastorno y lo que tenemos asumido que es una enfermedad mental, como por la mirada de su entorno-.

otras veces, las personas son diagnosticadas -otro capítulo es la calidad del diagnóstico…- pero no son tratadas adecuadamente. Está comprobado por multitud de resultados clínicos, que la psicoterapia es el tratamiento más eficaz para cualquier trastorno mental, acompañada o no -eso depende del trastorno- por tratamiento farmacológico. Sin embargo, este último es habitualmente la terapia de elección, incluso para trastornos que no tienen una buena evolución con psicofármacos y prácticamente no se facilita -ni siquiera se informa- del éxito de evolución y pronóstico con psicoterapia.

tener un trastorno mental no es el fin del mundo. Su correcto diagnóstico y adecuado abordaje, puede ser, por el contrario, el comienzo de uno distinto, mejor, más acorde con lo que sentimos, percibimos, necesitamos… Todo depende de cómo se actúe para llegar y a partir del diagnóstico, con qué profesionales contamos, qué hay ya alrededor del trastorno y cuánto trabajo por delante.

es imprescindible eliminar el estigma alrededor de los trastornos mentales. El estigma alrededor de cualquier diversidad que nos provoca perplejidad porque no nos han preparado para aceptar lo diferente, sino para acoplarnos -como sea- al molde al uso. Es imprescindible aprender y enseñar a romper moldes.