«cicatrices doradas»

*la autoría de la imagen es de Carmen Rodríguez

desde hace un tiempo, vengo leyendo en distintos artículos y publicaciones, información acerca del kintsugi, una técnica japonesa que consiste en la reparación de objetos rotos uniendo las partes con resina mezclada con polvo de oro. Las piezas se ven realmente preciosas, peculiares… incluso a pesar de que no puedan volver a utilizarse.

partiendo de esta práctica, muchos pensamientos, textos y consejos, asocian la idea del kintsugi a los conceptos de resiliencia, reparación, terapia… humanas.
confieso que me cuesta aceptar este paralelismo, quizá por algunas convicciones que he acumulado en los últimos años: no considero que haya que mostrar nada que no queramos, no veo necesariamente belleza en todo (la belleza es algo subjetivo, cuyo significado reside en el interior de cada persona y no es equivalente a valor, o a aprecio) y no comparto la opinión de que siempre sea mejor reparar lo que se ha hecho pedazos.

¿y cuando lo que se ha hecho añicos es la persona?

es recurrente -y tentador, hay que reconocerlo- hablar de heridas cuando nos referimos a experiencias y relaciones dolorosas. Incluso utilizando esta perspectiva, “embellecer” las cicatrices no deja de contener una intención, consciente o no, de agradar-nos. De mostrarnos.
lo importante, creo, no es mostrar. Es crecer. Evolucionar. Aprender de lo vivido. Podemos mostrar. O no. Nuestras cicatrices no han de ser -ni de sentirse- como trofeos, sino como pasos, en todo caso.

como personas, como seres pensantes, sintientes, vivientes, puede ser más curativo visualizar que, ante los acontecimientos negativos, dolorosos, tristes, evolucionamos en lugar -o más allá- de rompernos. Nos desprendemos de esquemas, creencias, valores, erróneos, que nos pueden hacer sentir mal. Miramos todo eso, lo reconocemos como nuestro y nos deshacemos de ello, porque nos hemos percatado de que nos hace daño.

no es, pues, imprescindible, reconstruir lo que había, ya que en muchos casos, lo que había, no era adecuado o se ha quedado obsoleto.

cuando lo roto son relaciones y dado que suele ponerse mucho más énfasis en las de pareja, habría que comenzar por cuestionarnos esa idea tan extendida -pero falsa- de que la pareja es el estado ideal. A continuación, otra noción tan aceptada como perjudicial: que lo mejor es compartir toda nuestra vida -o lo que nos quede- con una misma persona. ¿Por qué?

planteándonos ya estos interrogantes, cabe avanzar hacia el de la necesidad de reparar siempre. Hay relaciones, de pareja y también de amistad, laborales, o de cualquier índole, que se rompen y que puede que no deseemos arreglar.
puede que nos cueste muchísimo recoger los trozos y hacernos conscientes de que no merece la pena volver a unirlos, porque realmente no queremos volver a convivir con algunas partes.
o puede que contemplar esos pedazos, nos dé la fuerza necesaria para pasar página lo antes posible.
puede que lo importante, cuando algo, lo que sea, se nos rompe, sea la reflexión sobre lo que era, si nos gustaba, si era valioso para nosotros. Si pensamos que verlo recompuesto nos hará sentir bien, con fuerza, con ganas de mirarlo, usarlo y cuidarlo.

si es así, merecerá la pena, aun cuando lo unamos con cinta adhesiva, con loctite, con cuerda.

y si no, recoger los trozos, mirarlos con reconocimiento, agradecer cuánto han servido y tirarlos, también es una buena opción. Hay veces que la mejor.

Rosario Esplá Espejo

soy psicóloga habilitada como profesional sanitaria y trabajo como terapeuta en Avilés desde hace doce años. Mi objetivo esencial es el enfoque en la persona, el trabajo desde las preguntas y la reafirmación personal.

Deja un comentario